“Otra
vez el mismo sueño” – pensó Brian al despertarse jadeante. Siempre soñaba lo
mismo, una niebla negra, sólo podía ver una pared de madera oscura que tenía en frente y a una sombra reflejada
en ella de lo que parecía un hombre acuchillando a una mujer, mientras ella
gritaba desesperadamente. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis cuchillazos, era
suficiente. Eso era lo único que veía, la sombra oscura de un evento sin igual,
macabro. Luego de esto se despertaba.
Esa
mañana fue a visitar a Claudia, su mejor amiga. Siempre sintió algo único por
ella, no era amor, no era obsesión, era algo entre medio. Nunca pudo expresar
lo que sentía por miedo a arruinar su amistad. Tocó el timbre y ella salió a
abrir. Era alta, esbelta, pelinegra, con ojos verdes y tez color oliva. Siempre
que la veía pensaba lo mismo – “Despampanante”. Ella lo invitó a pasar,
saludándolo con un beso en la mejilla que lo hizo sonrojar por un instante.
Era la
primera vez que entraba a su nueva casa. La había ido a ayudar a acomodar los
muebles porque se había mudado hace poco al barrio. Él se encargó de entrarlos
y acomodarlos mientras ella le decía dónde ponerlos. Después de seis horas de
arduo trabajo decidieron bañarse y salir a tomar algo para celebrar. Primero se
bañaría ella y después él. Mientras Claudia se bañaba, él decidió darle un
vistazo final a la casa para ver si todo estaba en orden. Todo estaba perfecto,
pero un detalle le llamó la atención. Las paredes de la sala eran de madera
oscura. “Debe ser una coincidencia” - especuló, sin embargo no pudo parar de
pensar toda la tarde en otra cosa más que en eso.
Se
hizo de noche. Llegó a su casa después de celebrar el fin de la mudanza de
Claudia en el bar de la esquina, donde tomaron un par de tragos e hicieron
karaoke. Volvió tan cansado que decidió acostarse con lo que tenía puesto. Esa
noche soñó lo mismo de siempre, pero con un giro. Esta vez, la niebla negra se
había esfumado, revelando una habitación grande, una sala tal vez, con muebles
antiguos pero extremadamente bien conservados. Brian se despertó de repente,
dando un brinco en la cama. Se asombró al darse cuenta que había soñado algo un
poco distinto a lo que siempre soñaba por una vez en su vida. Se sintió
aliviado al deducir que la habitación de sus sueños no podía ser la misma
habitación de la nueva casa de Claudia porque a ella no le pertenecía ese tipo
de muebles. Aunque estaba más tranquilo por ello, no pudo dormir en toda la
noche. La idea de soñar algo distinto lo maravillaba. El resto de la noche y
madrugada se la pasó fantaseando con soñar en volar, viajar al espacio e
incluso en besar a Claudia. “Es tan real y al mismo tiempo tan ficticio” – se
dijo Brian a si mismo, pensativo. ¿Cómo se sentiría soñar todas esas cosas? Él
no lo sabía, pero lo quería averiguar. Se hizo de mañana pero no le importó. Cerró
todas las persianas, se acostó y cerró fuertemente los ojos esperando la hora de
dormirse para poder experimentar lo que nunca pudo. Nada. “Debe ser porque no
estoy relajado” - pensó. Finalmente se
durmió. Una hora después se despertó. Había soñado lo mismo que soñó horas
atrás. “¿A quién engaño? Nunca voy a poder soñar algo más” – dijo frustrado.
Ese
mediodía lo llamó Claudia. “Necesito que veas algo” – le dijo. Brian se bañó,
se cambió y se dirigió a la casa de ella. “¿Qué necesitabas que viera?” – le
preguntó Brian al entrar a la casa. “Los muebles de la sala no me convencían
mucho porque no eran exactamente los que pedí, así que llamé a la compañía que
me los vendió y me trajeron los muebles perfectos, y para disculparse me
ayudaron a acomodarlos. Sólo quería saber que te parecían. Pasa a verlos”. Al
entrar a la sala, Brian se espantó. ¡Los muebles eran los mismos que los de su
sueño! Salió corriendo, hasta se olvidó su auto. Corrió y corrió hasta que
llegó a su casa. No lo podía creer. ¿Qué significaba eso? No lo sabía, lo único
que sabía era qué tenía que hacer para contestar ese interrogante.
Se
quedó dormido al rato de acostarse. Volvía a ver la pared, la sombra y los
muebles, pero esta vez podía hacer algo que antes no: moverse. Se dio vuelta
rápidamente para intentar salvar a la chica pero lo que vio no era lo que
esperaba: era él y Claudia. Era él la sombra que acuchillaba a Claudia. Pero
no, no podía serlo, sin embargo sus ojos no mentían. Corrió hacia su otro, pero
su otro se esfumó dejando el cuerpo de
Claudia y el cuchillo ensangrentado. Miró el cuchillo, al cuerpo de Claudia y
volvió a mirar el cuchillo. Una brisa entró por la ventana que lo inundó de
pies a cabeza. Se quedó mirando atontado el arma y el cuerpo de Claudia. “Es un
sueño después de todo, se supone que los sueños son para experimentar, hacer
cosas que en la vida real uno no puede, ¿qué tan malo puede ser?”. Nunca pensó
que la respuesta a esa pregunta la obtendría minutos después. Tomó el cuchillo
y terminó el trabajo empezado por su otro yo con una sonrisa sombría dibujada
en su rostro.
Al
despertarse no podía creer lo que había ocurrido. Había logrado soñar, sentir,
experimentar por primera vez, había podido matar por primera vez, y lo peor de
todo es que lo disfrutó. Esa ansiedad, esa emoción nunca la había sentido
antes. Parecía más real que ficción. No lo dudó, su repentina obsesión por la
sangre lo embriagó. Tomó uno de los cuchillos de la cocina y sereno se dirigió
a la casa de Claudia a transformar lo ficticio en una realidad. Apenas abrió la
puerta se dirigió a la sala a completar su empresa.
Dos
horas más tarde, volvió a su casa y se acostó. Nunca había sentido lo que
sintió ese día, fue una montaña rusa para él. Se durmió profundamente, y esta
vez su sueño se pareció mucho al primero. Se despertó jadeante pero con una
sonrisa en su cara. Esta vez debía descubrir quien sería la siguiente.