sábado, 25 de mayo de 2013

Sueños Mortales

   “Otra vez el mismo sueño” – pensó Brian al despertarse jadeante. Siempre soñaba lo mismo, una niebla negra, sólo podía ver una pared de madera oscura  que tenía en frente y a una sombra reflejada en ella de lo que parecía un hombre acuchillando a una mujer, mientras ella gritaba desesperadamente. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis cuchillazos, era suficiente. Eso era lo único que veía, la sombra oscura de un evento sin igual, macabro. Luego de esto se despertaba.
   Esa mañana fue a visitar a Claudia, su mejor amiga. Siempre sintió algo único por ella, no era amor, no era obsesión, era algo entre medio. Nunca pudo expresar lo que sentía por miedo a arruinar su amistad. Tocó el timbre y ella salió a abrir. Era alta, esbelta, pelinegra, con ojos verdes y tez color oliva. Siempre que la veía pensaba lo mismo – “Despampanante”. Ella lo invitó a pasar, saludándolo con un beso en la mejilla que lo hizo sonrojar por un instante.
   Era la primera vez que entraba a su nueva casa. La había ido a ayudar a acomodar los muebles porque se había mudado hace poco al barrio. Él se encargó de entrarlos y acomodarlos mientras ella le decía dónde ponerlos. Después de seis horas de arduo trabajo decidieron bañarse y salir a tomar algo para celebrar. Primero se bañaría ella y después él. Mientras Claudia se bañaba, él decidió darle un vistazo final a la casa para ver si todo estaba en orden. Todo estaba perfecto, pero un detalle le llamó la atención. Las paredes de la sala eran de madera oscura. “Debe ser una coincidencia” - especuló, sin embargo no pudo parar de pensar toda la tarde en otra cosa más que en eso.
   Se hizo de noche. Llegó a su casa después de celebrar el fin de la mudanza de Claudia en el bar de la esquina, donde tomaron un par de tragos e hicieron karaoke. Volvió tan cansado que decidió acostarse con lo que tenía puesto. Esa noche soñó lo mismo de siempre, pero con un giro. Esta vez, la niebla negra se había esfumado, revelando una habitación grande, una sala tal vez, con muebles antiguos pero extremadamente bien conservados. Brian se despertó de repente, dando un brinco en la cama. Se asombró al darse cuenta que había soñado algo un poco distinto a lo que siempre soñaba por una vez en su vida. Se sintió aliviado al deducir que la habitación de sus sueños no podía ser la misma habitación de la nueva casa de Claudia porque a ella no le pertenecía ese tipo de muebles. Aunque estaba más tranquilo por ello, no pudo dormir en toda la noche. La idea de soñar algo distinto lo maravillaba. El resto de la noche y madrugada se la pasó fantaseando con soñar en volar, viajar al espacio e incluso en besar a Claudia. “Es tan real y al mismo tiempo tan ficticio” – se dijo Brian a si mismo, pensativo. ¿Cómo se sentiría soñar todas esas cosas? Él no lo sabía, pero lo quería averiguar. Se hizo de mañana pero no le importó. Cerró todas las persianas, se acostó y cerró fuertemente los ojos esperando la hora de dormirse para poder experimentar lo que nunca pudo. Nada. “Debe ser porque no estoy relajado” -  pensó. Finalmente se durmió. Una hora después se despertó. Había soñado lo mismo que soñó horas atrás. “¿A quién engaño? Nunca voy a poder soñar algo más” – dijo frustrado.
   Ese mediodía lo llamó Claudia. “Necesito que veas algo” – le dijo. Brian se bañó, se cambió y se dirigió a la casa de ella. “¿Qué necesitabas que viera?” – le preguntó Brian al entrar a la casa. “Los muebles de la sala no me convencían mucho porque no eran exactamente los que pedí, así que llamé a la compañía que me los vendió y me trajeron los muebles perfectos, y para disculparse me ayudaron a acomodarlos. Sólo quería saber que te parecían. Pasa a verlos”. Al entrar a la sala, Brian se espantó. ¡Los muebles eran los mismos que los de su sueño! Salió corriendo, hasta se olvidó su auto. Corrió y corrió hasta que llegó a su casa. No lo podía creer. ¿Qué significaba eso? No lo sabía, lo único que sabía era qué tenía que hacer para contestar ese interrogante.
   Se quedó dormido al rato de acostarse. Volvía a ver la pared, la sombra y los muebles, pero esta vez podía hacer algo que antes no: moverse. Se dio vuelta rápidamente para intentar salvar a la chica pero lo que vio no era lo que esperaba: era él y Claudia. Era él la sombra que acuchillaba a Claudia. Pero no, no podía serlo, sin embargo sus ojos no mentían. Corrió hacia su otro, pero su otro  se esfumó dejando el cuerpo de Claudia y el cuchillo ensangrentado. Miró el cuchillo, al cuerpo de Claudia y volvió a mirar el cuchillo. Una brisa entró por la ventana que lo inundó de pies a cabeza. Se quedó mirando atontado el arma y el cuerpo de Claudia. “Es un sueño después de todo, se supone que los sueños son para experimentar, hacer cosas que en la vida real uno no puede, ¿qué tan malo puede ser?”. Nunca pensó que la respuesta a esa pregunta la obtendría minutos después. Tomó el cuchillo y terminó el trabajo empezado por su otro yo con una sonrisa sombría dibujada en su rostro.
   Al despertarse no podía creer lo que había ocurrido. Había logrado soñar, sentir, experimentar por primera vez, había podido matar por primera vez, y lo peor de todo es que lo disfrutó. Esa ansiedad, esa emoción nunca la había sentido antes. Parecía más real que ficción. No lo dudó, su repentina obsesión por la sangre lo embriagó. Tomó uno de los cuchillos de la cocina y sereno se dirigió a la casa de Claudia a transformar lo ficticio en una realidad. Apenas abrió la puerta se dirigió a la sala a completar su empresa.

   Dos horas más tarde, volvió a su casa y se acostó. Nunca había sentido lo que sintió ese día, fue una montaña rusa para él. Se durmió profundamente, y esta vez su sueño se pareció mucho al primero. Se despertó jadeante pero con una sonrisa en su cara. Esta vez debía descubrir quien sería la siguiente.

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